GASPAR NOÉ NOS ALTERA LA PERCEPCIÓN CON SU FILM, ENTER THE VOID

GASPAR NOÉ NOS ALTERA LA PERCEPCIÓN CON SU FILM, ENTER THE VOID


               Inspirada en El libro tibetano de la vida y de la muerte, la película de Gaspar Noé es un recorrido cinematográfico que no se puede dejar de visitar para quienes nos preguntamos por el sentido de la existencia y la vida después de la muerte, además de volvernos partícipes de una increíble experiencia visual.
               Cuenta la historia de Oscar, un joven dealer en Tokio que muere y vuelve como un espíritu para velar por su hermana Linda. De chicos habían hecho un pacto de sangre prometiendo que siempre estarían juntos, con lo cual Oscar vuelve para cuidarla.
              Para lograr crear las sensaciones que causa este film, la cámara es uno de los puntos clave. Sus movimientos son tan humanos que ubican al espectador como los ojos de Oscar. Así vemos lo que él ve y desde su perspectiva, y con el uso del fuera de foco esto se intensifica, ya que nos quedan borrosos aquellos puntos que su vista no alcanza. Es mágico lo que Noé produjo en las escenas que el protagonista está muerto: la cámara se convierte en su espíritu sobrevolando Tokio, es un poderoso método de hipnotización que consigue imantarnos a la pantalla.
              Ya en el inicio de la película, cuando Oscar está tomando DMT (dimetiltriptamina, es una droga que causa efectos psicodélicos) comenzamos a percibir sus efectos producto de la imagen superrealista y además gracias al aporte de la fotografía. Debie Benoit, fue el DF de la película, y utilizó una combinación de rojos, violetas y azules parpadeantes. Estos colores sumados a las incesantes luces de esta ciudad futurista lograron potenciar los efectos de la imagen.
               Indudablemente la esencia de Enter the void se obtuvo en posproducción. El montaje reagrupa todo lo descripto anteriormente, haciendo que la película adquiera la sublimidad que la caracteriza. Es el hilo conductor de la historia y es también lo que nos termina de colocar en los ojos de Oscar. Todo esto por el grado de humanización que posee, por ejemplo, el hecho que la pantalla se vuelva negra un milisegundo cuando el personaje parpadea y que esto sea apenas perceptible. También las psicodélicas animaciones en las que nos perdemos cuando Oscar cierra los ojos y se deja llevar por las alucinaciones.

                Encontrarse con Enter the void es sumergirse en un mar de psicodelia y surrealismo, además de incitarnos a cuestionar la vida y nuestra existencia pasajera en este mundo.

La cultura está enjaulada

La cultura está enjaulada

Creo que en toda obra existe una conexión con el autor. Como un hilo invisible que los mantiene unidos, que los ata para siempre. Es más conocido como copyright pero para mí es la historia, las emociones, el tiempo, los ideales que llevaron a realizar la pieza y que tienen un paralelo inmediato con el artista. Inmediato e infinito porque a pesar de que los años pasen y que las palabras, las melodías, las tomas, los lienzos aumenten, se reproduzcan y se dispersen, el hilo siempre está presente para indicar de dónde proviene.
Entonces los derechos de autor son importantes, son como el DNI de la obra. Dicen de dónde proviene y esto los acompañará para siempre. De todas formas esto no siempre se respeta y queda truncado porque en ocasiones el autor pierde el control sobre su obra: ella viajó tanto y alcanzó distancias que no había imaginado. Como en todo viaje conoció gente, a nuevos autores, dramaturgos, cantantes, pintores y también oportunistas. Estos jugaron con ella, la usaron y no le dieron el merecido respeto a su origen, quisieron transformarla y darle un nuevo nombre. Eso es lo que creo que sucede cuando el copyright no se respeta y se comete plagio: el hilo se vuelve cada vez más transparente, pero nunca desaparece completamente.
Yo siento que el plagio es como meterse en el cuerpo de alguien más. Tomar su piel, sus manos y sus ideas, tratar de volverse ese otro pero nunca lograrlo realmente. No tiene relación alguna con la inspiración. A veces la vista se nos nubla y no logramos divisar qué es qué, qué infringe y qué no, pero lo cierto es que quien se inspira tiene respeto, quien plagia es un cobarde. Robar las ideas de alguien más es falta de originalidad o de valor para admitir que no se tiene vocación. Tal vez suene un poco rudo lo que digo pero siento que es fundamental citar al creador de una obra, a fin de cuentas sin él la misma no existiría.
De todas formas creo que este hilo invisible va demasiado lejos con el hecho de “todos los derechos reservados”. Más allá de lo importante que es especificar al autor de la obra cuando se la nombra, creo que hay aspectos que los autores no pueden controlar. Hay puntos donde la obra de arte encuentra amigos que se identifican con ella, que la hacen parte de sí, y ahí el autor ya no puede intervenir. Por ejemplo, me parece fundamental el tema de la difusión por internet, hoy tema tan en boga, al parecer presenta inconvenientes cuando la obra la sube alguien que no es el poseedor de los derechos de autor. Lo que no entiendo es justamente ¿Cuál es el problema? Si lo importante son las ideas que se transmiten, ¿Qué relevancia tiene que la obra se difunda por medio de terceros? Creo que una vez que el libro se publicó, o el disco salió a la venta, ya está, la pieza ahora es parte del uso público. Esto es lo que quería decir con que hay un punto dónde el poder del autor es limitado, porque una vez que la obra se dio a conocer se abre y diversifica por nuevas rutas en donde puede dar a conocer su mensaje.
No sé si lo que se persigue con las limitaciones de la ley de copyright son los fines económicos o solo se mantienen firmes en el hecho de todos los derechos reservados por una cuestión de orgullo, porque la obra la realizo uno sólo y éste quiere poseer el control infinito sobre ella. Realmente ambas razones me parecen absurdas y egoístas. Creo que cuando uno hace algo, ya sea una pieza artística, científica o literaria, lo hace con el fin de transmitir una emoción, de aportar algo al mundo. Sólo con  el hecho de haberlo hecho, de haber compartido con alguien lo que se quería expresar, el fin está cumplido. No le encuentro sentido a la eterna lucha posesiva de querer tener el control cuando todo es más claro y sencillo si se deja fluir. Obviamente que los músicos, los científicos, los artistas, todos aquellos que entran en la ley de derechos de autor tienen también necesidades económicas, pero me parece que los derechos patrimoniales que implica la ley de copyright son algo extremos. No se puede estar obteniendo fondos eternamente por una obra, como tampoco se puede pretender ser el único mediador entre ella y el mundo, sino el fin de hacer algo para transmitir una idea queda opacado por la avaricia y la ambición.
No quiero sonar como alguien que se niega a pagar por un disco y prefiere bajarlo de internet o copiarlo de algún amigo, al contrario, me gustan más las cosas originales. Pero me parece que cuando el autor ya publicó su obra, ésta ahora pertenece también a aquellos que la sienten, la escuchan, se identifican y ellos pueden hacer lo que quieran con ella: subirla a internet, fotocopiarla, como así son libres de prestársela a quién quieran. Se puede hacer lo que se antoje siempre que lo que llamo “hilo invisible” no desaparezca, siempre que la obra sepa de dónde proviene. 
Todo esto que digo me hace pensar mucho en el copyleft, esta especie de corriente “robinhoodiana” que trata de limitar los excesivos derechos del copyright para que el acceso a las obras no tenga tantos obstáculos. Lo que trato de entender es por qué el copyright domina si se mantiene firme como un mástil sujetando una bandera sin dejarla volar, cuando el copyleft ofrece beneficios mucho mayores a nivel intelectual: él es la bandera, se deja flamear por el viento y lo hace con conciencia. Tal vez lo que decía antes de las razones materiales sea el motivo, tal vez los artistas se han convertido en fríos contables que sólo piensan en números y han olvidado por qué crearon esa obra en un comienzo. En el peor de los casos capaz no le interese el mensaje que querían transmitir, esa pasión que en algún momento tanto los movilizó, esa emoción que no los dejaba pensar. Si es así me apena profundamente y me compadezco por ellos, por lo que ya no son.
Con las limitaciones que posee, la ley termina figurándose como una barrera a la información. Es como si de esta forma los derechos de autor fueran los barrotes y dentro de la celda se encontrase un mundo de saberes, de historias fantásticas, de cultura. Lo paradójico de la situación es que los que están fuera de ella son los marginados, los que al no poseer la llave  terminan ingresando por la ventana y así se los configura como ladrones, como infractores del copyright. Es una historia disparatada que ya viene generando revuelo. Es así como el Mash up Festival, Creative Commons y otros movimientos copyleft buscan hacer una cultura compartida en esta era tecnológica. Me parece y espero que no falte demasiado para que más organizaciones del estilo ingresen en el mundo del copyleft y así se logre una verdadera coparticipación en el acceso y en la creación de cultura (porque una vez que se llega a la información también se obtiene una fuente de inspiración que continúa la cadena de alimentación de la cultura).
El mensaje es eso germinal, lo sustancial, las ideas, es lo importante al final. El mensaje junto con el sentimiento que lo disparó y todo lo que lo constituye hacen a los derechos de autor, son el copyright. Enfrentarse con la obra es encontrarse con el autor. Es conocerse, identificarse, pensarse y es justamente ahí donde se dilucida la importancia del origen y donde nace la inspiración.


Narbay

Narbay         
        Hace ya quince años que, un 20 de Mayo, el empresario Alfredo Yabrán se suicidó en su estancia de Larroque ubicada en Gualeguaychú, provincia de Entre Ríos. Era 1998 en la Argentina y el país estaba conmocionado por el macabro  asesinato que había dado fin a la vida del periodista José Luis Cabezas. Cabezas había sido el primero en fotografiar a Yabrán luego de la demanda que Cavallo le había realizado, la misma en parte por las incontables propiedades que el empresario poseía a nombre de testaferros. El trabajo del reportero gráfico significó el conocimiento del rostro del polémico empresario y a su vez estimuló  una ola de inquietud en el ambiente de Yabrán; tal vez suene a algo menor, pero en ese momento la prensa no contaba con imágenes de todo el mundo, lo cual volvía a Yabrán un personaje público. A sólo cuatro días de la emblemática imagen, Cabezas fue hallado en mitad de la ruta a Dolores en el baúl de su Ford Fiesta, esposado de manos y calcinado. Yabrán y su entorno se encontraron implicados en el caso y unos meses más tarde, el empresario huiría por el pedido de arresto sobre el crimen de Cabezas.
A lo largo de estos quince años, los rumores sobre el suicidio de Yabrán han ido en aumento. Luego de unos meses de la muerte de Cabezas, la imagen del empresario se volvió uno de los centros de atención. Los cargos por los que el ministro de economía lo injuriaba (entre ellos no sólo la posesión de variadas empresas postales y de transporte sino de estar involucrado en el lavado de dinero y de armas), resultaron ser ciertos. Yabrán sería procesado y condenado a prisión.
Lo que resultó de todo esto fue un escape y una condena que jamás se cumplió porque el prófugo terminó con sus días antes de tiempo. Hace unos meses decidí investigar sobre el caso debido a que se acercaba la fecha de conmemoración por la muerte de Yabrán. Estaba encargado de redactar la columna sobre el tema y viajé a Gualeguaychú para adentrarme en el ambiente en el que se habían dado los hechos previos al suicidio.
Estaba en un viejo bar de la ciudad: era oscuro y se respiraba humo y café. Sentado en una de las mesas fumando, intentaba reflejar el ambiente actual del pueblo a quince años de los hechos. Había realizado algunas entrevistas: la mayoría de ellas fueron a señoras diciendo cómo se había corrido el rumor de que Yabrán estaba escondido en la estancia de Larroque y lo mucho que eso las exaltaba. En un momento se me acercó el mozo, un viejo canoso que ya le costaba caminar pero aún así con ese buen ánimo de busca incansable. Me dispuse a hacerle algunas preguntas a él también, pero nunca imaginé que ese sería el disparador de mi ambición. El viejo me dio un par de datos útiles, como que el día previo a la llegada de Yabrán a la estancia, el capataz de la misma había adelantado que vendría pidiendo “la mejor carne para el patrón”. Pero lo que más me interesó de nuestra conversación fue que por esos días había desaparecido un hombre del lugar que estaba muy enfermo de cáncer y había sido empleado de Yabrán en Larroque. El viejo me dio el contacto de la viuda de este señor y sin tener un mínimo atisbo de a dónde me estaba metiendo, me encaminé a hablar con ella por mi propia cuenta, ya que la crónica que debía presentar no tenía relación alguna con lo que me iba encontrar.
La viuda era una señora fría. Canosa, con el pelo a la altura de los hombros y una sombra que le oscurecía la piel debajo de los ojos. Fumó ininterrumpidamente durante nuestra charla. Parecía que los años se le habían venido encima de golpe y eso que yo no la conocía de antes. A pesar de ello se mostró muy abierta a hablar conmigo, su mirada cansada cambió en un instante y me invitó a pasar cuando le conté que era periodista y que estaba escribiendo una nota por la conmemoración de la muerte de Yabrán. Hablamos de la vida y como yo tampoco tenía un objetivo específico, me dejé fluir en la conversación. Me mostró algunas fotografías, en ellas se podía ver a un hombre de mediana edad, de pelo color platino, con ojos achinados y algo simpáticos en la sonrisa. Me contó que este hombre, su marido, había trabajado durante veinte años en la estancia y que “don Alfredo” (como llamó a Yabrán durante toda la charla) siempre había sido muy atento con la familia en el tiempo que su esposo fue empleado suyo. Los meses anteriores al suicidio de Yabrán, el hombre había caído enfermo y había dejado de trabajar. En el transcurso de otros cinco, el cáncer ya había dominado su cuerpo dejándolo casi sin caminar. Fue por eso que había decidido ir a morir solo: no quería que la familia tuviera otro disgusto además de la rutina miserable por la que estaban pasando.
De vuelta en Buenos Aires, con la nota ya publicada, yo seguía movido por las historias que había escuchado en Entre Ríos. Mis pensamientos me habían conducido a una de las casas de Yabrán: la de la calle Ombú en Barrio Parque. Estaba caminando por una vereda que quedaba sombreada por unos árboles de flores violetas. Todo el pavimento estaba cubierto de ellas y volvía la fachada de la casa aún más imponente. Frente a ella me podía imaginar las últimas horas de Alfredo antes de huir hacia Entre Ríos: allí, caminando tras esa ponderosa entrada, ideando el plan de escape.
 –“Hermosa, ¿No?”, un hombre al lado mío  que también admiraba la casa me había desprendido de mis conjeturas. Mantuvimos una charla por un momento breve pero sus palabras me transportaron de vuelta a Gualeguaychú. –“El viejo Yabrán la dejó a nombre de una mujer. ¡Le salió linda la muerte a la amante! Y quién sabe qué habrá hecho con el resto de las propiedades, seguro que hizo arreglos por otros lados para guardar el silencio”.
Las habladurías de este hombre me llevaron a investigar sobre el testamento de Yabrán. Viaje inmediatamente a Entre Ríos y me contacté con la viuda. Se sorprendió por mi llamado. La invité a tomar un café para contarle cómo había resultado la crónica. Ni bien le dije mi nombre la voz se le alteró. Me dijo que tenía cosas que hacer y no pude disuadirla de ninguna manera para que nos encontrásemos: es como si hubiese sabido de antemano con lo que le iría. La sorprendí en la puerta de su casa y aunque se la notaba muy incómoda con mi presencia me dejó entrar.
El papel que le presenté no era la nota del diario sino la sucesión de una muy importante suma de dinero de don Alfredo Yabrán hacia ella. La mirada se le cristalizó y las manos se le petrificaron. La voz salía de a sílabas entrecortadas por su boca. Se paró de un salto y apuntó a la puerta para que me fuera pero al instante quebró en un llanto ensordecedor. Todo cuadraba: un hombre enfermo de cáncer terminal había desaparecido días antes de su muerte, al mismo tiempo que un empresario poderoso estaba siendo perseguido por la justicia. Una oportunidad que arreglaría los años venideros se presentó de golpe y frente a la miseria que se vivía, la viuda fue rápidamente convencida de ser cómplice en el arreglo que dejaría en suspenso la muerte de su compañero de vida.

Quizás vague con otro rostro por las habitaciones de la casa de Ombú. Tal vez haya huido a Brasil por la triple frontera luego del suicidio. A lo mejor los rumores que corren por Buenos Aires sean ciertos y esté refugiado en Miami, hacia donde su mujer toma un vuelo todos los meses. No sé dónde, pero Yabrán no está muerto.
LOS PENSAMIENTOS SON RÍOS QUE NO SE CRUZAN

El sobre había llegado ese martes por la mañana mientras Laura se duchaba fantaseando con un presente mejor. Todas las noches cargaba con trabajo extra de la oficina y casi no dormía exigiéndose de más para poder terminar todo a tiempo. No es que su jefe fuese un explotador, el hombre había estado pensando esa misma semana en darle un aumento por tantas horas extras, pero esas ideas se vendrían abajo luego de que Laura robase el banco.
La carta con el aviso de desalojo que recibió esa mañana no era tan terrible como ella creía. Laura se imaginaba cemento, suciedad, frío, falta de privacidad. Lo cierto es que no se quedaría en la calle si no pagaba la hipoteca esa semana, le darían una financiación para que pueda mantener su departamento. El gerente del banco conocía su situación personal e iba a proponerle saldar la deuda en cuotas. Laura no tenía idea de todo aquello y estaba desesperada. Luego de ir al prestamista y que no le otorgase el dinero, su cabeza comenzó a proyectarse en sitios horribles sin escapatoria, sin hogar, sin ojos que la mirasen. Fue allí cuando se le cruzó la idea del robo.
Fue al banco ese mismo martes, por cuestiones laborales. Tenía que guardar unos papeles en la caja fuerte, y fue cuando el hombre de la sucursal la estaba llevando hacía allí que vio las llaves colgando de su cintura y se excusó diciendo que tenía que pasar al baño primero. En el baño meditó todo un poco mejor; cómo distraerlo para sacarle las llaves y robar las cajas dejando todo como si nada hubiese pasado. Mientras tanto el hombre del banco la esperaba afuera del baño y pensaba en la pelea que había tenido esa mañana con su mujer. No fue difícil robárselas en esas condiciones, y mucho menos salir con cara distraída, llevando miles de pesos robados en su cartera.
Al día siguiente del robo, día en que su jefe pensaba darle el aumento de sueldo, Laura lo encontró llorando en el piso de la oficina. El hombre se sentía tan impotente, le habían sacado el dinero ahorrado de toda la vida. Sólo pensaba en la cantidad de veces que había ido a ese banco a depositar dinero, y ahora de un solo saque alguien lo había dejado sin nada. Laura se sorprendió al verlo llorar, pero estaba distraída con el aspecto físico de su jefe y no lo escuchó demasiado. Pensaba en que llevaba la corbata del día anterior y que siempre había sido muy cuidadoso con esos detalles.
Luego de un rato de estar con su jefe en la oficina, Laura se retiró diciendo que tenía un problema personal que solucionar y se dirigió al banco y pagó su hipoteca.  El jefe se quedó solo y se sintió mal por no poderle dar a Laura el aumento que se merecía.


Bárbara Hansen
Paul, Auster
“Sentir que sos parte de sus mundos. Creerte uno de ellos. Visualizarlos como amigos”.

Ésta nota va dedicada a todos los que aman sumergirse en un libro y nadar entre sus hojas. No hablo de sólo sentir placer por la literatura, ese placer viene adjunto a cada buen lector. Me dirijo a los que alguna vez se enamoraron de un personaje, a los que ven hermoso a un libro porque sólo él los comprende de verdad, a los que desean que jamás se terminen sus hojas para seguir disfrutando de su compañía. Los que no sintieron esto alguna vez, abstenerse del sentimentalismo de la siguiente nota.
Paul Auster es un genio de la literatura moderna, al menos yo lo califico así. Tal vez algunos decidan no leerlo por vender Bestsellers, lo entiendo, yo tampoco confío en los thrillers pero les aseguro que si les gustó Salinger y Sábato, Auster tiene que ser el siguiente en su lista de prioridades literarias.
Su forma de caracterizar a los personajes es atrapante, misteriosa. Todos ellos siempre con gustos o actividades muy particulares que te hacen querer saber ¿Quién es esa persona? ¿Qué otras cosas le interesan? ¿Podría estar tratándose de mí? Se trata de personajes con complicaciones, vidas, frustraciones y sentimientos puramente humanos que te llevan a sentir que a vos también te pasa lo mismo que a ellos, o te ayudan a darte cuenta de cómo podrían resultar las cosas si te animaras a hacerlas.
Lo que me gusta de sus historias es que no se apura para contarlas, lo hace a un ritmo regular y equilibrado en el que se toma su tiempo para presentar las vidas de los actores y las ideas que le mueven a escribir. Particularmente en uno de sus libros, Sunset Park, Auster divide la novela en capítulos de los cuales cada uno corresponde a un personaje distinto de la historia. Juega con los puntos de vista de una manera apasionante porque convierte al lector en un espía, es un ser omnipresente que sabe todo sobre todos desde la psicología particular de cada personaje. ¡Hace del lector el Dios todopoderoso de la obra!
Otro libro muy recomendable es uno en el que recopila cuentos (en realidad son historias de vida) que le habían enviado los oyentes de un programa de radio que él dirigía. Aquí lo que él hizo fue pedir permiso a sus oyentes para usar sus historias y las organizó según el tema formando un libro de cuentos. La magia de esta obra es particular porque cuando uno la lee sabe que no se trata de ficción, que todas esas aventuras e anécdotas les pasaron a personas como nosotros.
Se los presento a quienes no lo conocen y quienes ya son amigos suyos seguramente compartirán mi fascinación por este escritor. Les dejo algunos links gratuitos como para empezar, aunque no hay como sentir sus palabras en nuestras manos. ¡Es resto de su atractivo vayan descubriéndolo a su gusto!




Bárbara Hansen